Debemos aprovechar el poder de la tecnología de teletrabajo pero no convertirnos en sus esclavos

por Marc Tierz
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Desde el inicio de la crisis sanitaria, las aplicaciones de vídeo-conferencia (como Google Meet, MS Teams o Zoom), las de mensajería instantánea y colaboración (Whatsapp, Slack, Asana…) y el acceso remoto a datos a través de las múltiples tecnologías cloud disponibles, han ayudado a mucha gente a trabajar desde casa y, en algunos casos, a estar más en contacto con sus clientes y colegas, supervisores y directivos.

En España el número de personas en teletrabajo se ha multiplicado por 6 al principio del confinamiento, tal como hemos indicado ya en varias ocasiones.

El profesor Neil Greenberg, psiquiatra académico del King’s College de Londres, especializado en trastorno post-traumático y salud mental en el trabajo, bromea sobre el hecho que la tecnología ha transformado el trabajo remoto hasta el punto que “la gente se pregunta ahora si están trabajando desde casa o durmiendo en la oficina”. “El coronavirus nos ha traído dos años de cambio tecnológico en dos semanas,” dice. “Desde el punto de vista de la salud mental, lo que no ha funcionado es la comprensión para utilizarla adecuadamente. Nos hemos acostumbrado a la tecnología; ahora debemos adaptarnos a formas psicológicamente sensatas de trabajar.”

La tecnología nos ofrece los medios para mantener e incluso aumentar la productividad y ofrece las herramientas para mejorar el bienestar de las personas. Pero, a su vez, puede acarrear consecuencias desconocidas y potencialmente negativas, algunas de las cuales justo empiezan a ser aparentes.

Muchos de los que teletrabajamos pasamos la jornada completa frente a un portátil en la mesa de la cocina. No solamente los portátiles no fueron diseñados para ser utilizados 8 horas al día si no que la silla y la mesa de la cocina distan mucho del puesto de trabajo ergonómico, medido y controlado por el responsable de Riesgos Laborales de nuestra oficina.

Aunque parezca raro o contrario a la lógica, los datos recogidos hasta la fecha indican que es más difícil mantener una rutina de “pausas de pantalla” trabajando en casa que cuando estamos en la oficina y estas pausas simplemente se dan por la interacción más o menos fortuita con el resto de compañeros o  por las reuniones.

Además, Emma Russell, catedrática de Psicología Ocupacional y Organizacional en la Universidad de Sussex, señala que las aplicaciones de vídeo-conferencia imponen un “trabajo emocional” adicional a los empleados que deben concentrarse en sus propias reacciones y lenguaje “en pantalla” así como en el de sus compañeros. Russell recomienda establecer tiempos claramente definidos durante el día, e idealmente en distintas zonas de la vivienda, para separar el trabajo de la vida personal; “pausas de pantalla” regulares y frecuentes; y nuevos códigos de “etiqueta social” que podrían incluir desconectar el vídeo durante las conferencias para que “la gente no sienta la necesidad constante de regular su comportamiento”.

A todo esto podríamos añadir la recomendación de volver a las llamadas de teléfono cuando no sea imprescindible el vídeo, a implementar llamadas de cortesía frecuentes por parte de los jefes de equipo para interesarse por y recoger el estado de ánimo y motivar a su equipo, así como recordar que el email existe y permite establecer comunicaciones asincrónicas que permiten al interlocutor responder cuando le es más conveniente.

Empresas y managers debemos pues contemplar las distintas variables de este nuevo paradigma para poder liderar y cuidar de nuestras personas en un entorno que nada o muy poco tiene que ver con aquel al que estábamos acostumbrados. Y aprovechar todo el poder de la tecnología sin permitir que esta nos convierta en esclavos.

Fuente: Financial Times

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