La abrupta aparición a principios de año del SARS-CoV-2, un nuevo coronavirus causante de una enfermedad respiratoria en humanos, ha acabado desencadenando una de las crisis sanitarias más graves que se recuerdan. La que ya todos conocemos como pandemia de la Covid-19.
Cuesta mucho, en estos días, hacer cualquier reflexión que esquive esta trágica realidad. Son demasiadas las víctimas directas de la enfermedad, 550.000 fallecidos y más de 12 millones de casos confirmados en el momento de escribir esta pieza, y son demasiadas las consecuencias a nivel social, político y económico.
Consecuencias a nivel económico que subliman en una grave crisis. Crisis de la que tendremos que salir con algunas lecciones aprendidas si no queremos volver a caer antes de habernos recuperado.
Algunas de estas lecciones ya las estamos aplicando y algunos, entre los que nos contamos, llevamos meses debatiendo acerca de sus implicaciones. Hablo de la rapidísima adopción del teletrabajo y de un abordaje flexible de la jornada laboral. Esto que parecía imposible para muchos y que para otros era un elemento no deseable pues haría caer la productividad, ha resultado clave para el mantenimiento de esa productividad y nos ha obligado a pensar fórmulas nuevas para liderar y motivar a esos equipos ahora distribuidos y para dotar a nuestras comunicaciones de la seguridad necesaria para gestionar la información de forma remota.
Esta rápida adopción del teletrabajo, pero, no se ha dado por los beneficios que aporta en materia de aumento de la productividad, reducción de costes y conciliación laboral. Se ha dado por motivos sanitarios.
El confinamiento se ha demostrado como el arma más eficaz frente a la propagación de la pandemia, a falta de vacuna o medicinas eficaces, y la única vía de mantener la actividad laboral en semejantes condiciones era, por supuesto, el teletrabajo, allí donde se ha podido dar, claro está. y seguro que Jack Dorsey estaba pensando en esto cuando dirigió un email a sus empleados diciéndoles que podían trabajar desde casa “para siempre”.
De esta forma, las medidas sanitarias se muestran una vez más como facilitadoras de la actividad económica y deberían volver a la agenda de cualquier organización, gobierno o institución que pretenda emprender el camino de la recuperación y el crecimiento económicos.
Tal como nos recuerda el artículo de McKinsey & Company “Prioritising health: A prescription for prosperity” (Priorizando la salud: una receta para la prosperidad), durante los últimos 150 años, mejoras sanitarias como la higiene, la nutrición, las vacunas o los antibióticos, han salvado vidas y han sido catalizadores del crecimiento económico.
Es inexplicable y, hoy más que nunca, inexcusable que la salud y las medidas sanitarias hayan desaparecido del debate económico empresarial pero también del de algunas administraciones.
Creemos que debemos dejar atrás este error y colocar la seguridad y la salud en el centro del debate empresarial y, por supuesto, como elemento de la planificación estratégica.
Es clave la implicación de todos los departamentos pero el liderazgo y el papel de coordinación del departamento de Recursos Humanos es indiscutible. Siempre apoyado por líderes y ejecutivos que no se esconden tras el organigrama y que deben crear culturas corporativas con el poder más distribuido y cimentadas en la confianza y la responsabilidad. Organizaciones donde, por ejemplo, el departamento de IT tiene un rol central en la gestión de los RRHH, dotando a cada colaborador de las herramientas y procesos necesarios para realizar su misión con éxito, independientemente de su condición.