¿Es posible una vuelta a la normalidad de la oficina después de la crisis sanitaria provocada por la pandemia?
Nos encontramos hoy frente una enorme incertidumbre, alimentada esta semana por el anuncio del director de la OMS que “se mostraba pesimista ante el hallazgo de una vacuna o tratamiento 100% efectivos” para la Covid-19. Sabemos que los espacios cerrados con concentración de personas son los principales focos de contagio pero no sabemos como va a evolucionar la pandemia en los próximos meses. Parece ser que el virus afecta de forma distinta según la edad pero faltan datos epidemiológicos sólidos. Sabemos que nuestro modelo de civilización (que trae consigo un modelo de ciudad, un modelo productivo, un modelo educativo…) favorece la expansión de la pandemia y la aparición de nuevas pandemias pero no sabemos ni podemos prever donde ni cuando se van a dar (si es que se dan).
¿Es entonces la vuelta a las oficinas y espacios de trabajo como los recordamos de antes de la pandemia?
Si dejamos para otro análisis, las múltiples tipologías de plantas de producción, centros de investigación, centros logísticos y las aulas, para centrarnos en las oficinas, parece ser que los más jóvenes son más proclives a trabajar en la oficina así como a volver a prácticas de after work compartiendo tiempo y copas con sus compañeros. Además prefieren las oficinas de espacio abierto en las que se favorece el contacto entre los colaboradores. Contrariamente, los mayores prefieren hoy el teletrabajo. Los motivos son varios. Desde la mejor conciliación gracias a horarios flexibles y más presencia en casa, hasta el miedo al contagio en franjas de edad en que el virus parece tener mayor letalidad. Los primeros suelen tener carreras menos definidas y por tanto están más enfocados en desarrollarlas, a la vez que tienen menos obligaciones personales.
Nos preocupa seriamente si estas condiciones, en un escenario de contracción de la actividad económica y aumento del desempleo, no contribuirían a agrandar las ya existentes brechas: la de género y la de edad. Resulta muy tentador para un empleador favorecer la contratación de hombres jóvenes frente a mujeres de la misma edad pues en algún momento estas, en su mayoría, deberán hacer frente a una sobrecarga de responsabilidades domésticas y de cuidado. Igual que tentador resulta contratar a un joven completamente enfocado en desarrollar su carrera que a un profesional maduro, con una carrera ya bien definida, mayores aspiraciones salariales, más obligaciones y responsabilidades personales y que, además, prefiere trabajar en régimen flexible.
No cabe duda que esta será la elección de los amantes de la presencialidad y los obsesos del control y… su condena. Pues, a nuestro parecer (y no estamos solos), esto los dejará anclados en un modelo productivo del s. XIX, con sus mismas oficinas, sus horarios de 9h a 17h (el 9 a 5 como concepto, claro; concepto que no se cumple en la realidad) con un impacto gravísimo en su diversidad y capacidad de innovación. Y, sí, entre las oficinas del s. XIX incluimos las de Google o las propuestas de Wework. Espacios destinados a retener en su interior a los empleados el máximo tiempo posible. Y recordamos, de paso, que estos ejemplos siguen siendo singularidades en un universo laboral en el que la driving force ha sido la reducción de costes que ha conducido a oficinas más pequeñas, con menor superficie por colaborador, en las que el empleado no tiene un puesto fijo y, en ocasiones, debe “luchar” por él.
El espacio de trabajo debe reflejar las necesidades que emanan de las funciones que pretende desarrollar, determinadas por la demanda de mercado, pero también adaptarse a la realidad social a la que pertenecen sus equipos. Equipos a los que debe proteger, motivar y desarrollar.
La crisis sanitaria provocada por la Covid-19, ha dejado obsoleto el modelo de oficina tradicional (en el que incluimos el open plan) demostrándolo innecesario y favoreciendo un modelo de espacio de trabajo distribuido. Este espacio distribuido, tan productivo y mucho más seguro que la oficina tradicional, es preferido por los empleados, se ajusta mejor a sus necesidades y favorece la diversidad y la inclusión, contribuyendo a un cambio positivo en algunas culturas empresariales, mejorando la retención del talento y posibilitando la atracción de este sin las limitaciones de la regionalidad.
¿Qué hacemos entonces con los inmuebles y con toda esa superficie construida dedicada a oficinas? ¿Debemos deshacernos de las oficinas?
Creemos que tampoco. Sabemos que el modelo 100% distribuido tiene sus inconvenientes. El principal: desincentiva la innovación al desaparecer el puesto de trabajo como espacio de intercambio informal de ideas y conocimiento. Aquí está el reto en el que debemos trabajar en el futuro inmediato. Debemos pensar en modelos de híbridos en los que las antiguas oficinas se transformen en espacios multifunción que favorezcan ese entorno de innovación y que, además, permitan la construcción y solidificación del espíritu de equipo y la cultura corporativa.