Dicen que las personas no renuncian a las empresas, sino a los malos jefes y puede que sea cierto, sobre todo en el caso de las generaciones más jóvenes. Uno de los factores más importantes para estar contentos con nuestro trabajo es el tipo de jefe que tengamos. Sin duda, su forma de ser puede influirnos tanto positiva como negativamente en la empresa, y se nota mucho la diferencia entre un buen jefe y uno malo.
Cada uno puede definir un mal jefe según diferentes criterios y según su experiencia laboral. Bajo mi punto de vista, un mal jefe es aquel que no sabe gestionar su equipo -y seguramente ningún otro-, es exigente y controlador, no acepta críticas ni nuevas maneras de hacer las cosas, es envidioso y crea mal ambiente con sus subordinados, pensando siempre que alguien le quitará el puesto, es decir, desconfiando o malpensado.
Vamos a ver las características comunes que suelen tener los jefes de todos los sectores:
1. Control
Necesita tener controlado cada movimiento, y se molesta cuando las decisiones no pasan por sus manos. Siempre tiene que tener la última palabra y los empleados deben hacer lo que se ha dicho al pie de la letra.
2. No admite errores
Es muy exigente hasta tal punto de no tolerar ni un sólo error. Delante de los errores se pone nervioso y furioso con quién lo haya cometido.
3. Siempre tiene razón
Siempre tiene que tener la razón, e inventará mil excusas antes de dársela al empleado. Si acepta la otra idea contraria a la suya, siempre lo hará aclarando que su idea también era correcta. Nunca da su brazo a torcer, y le molesta que los empleados vayan más allá y encuentre fallos en su trabajo. No predica con el ejemplo.
4. Indecisión
De forma general, tiene dificultades para decidirse por un camino u otro. Es poco dinámico y tiene poca capacidad resolutiva. No deja claras cuáles son las metas o expectativas. No se comunica claramente con su equipo.
5. Miedo al cambio
Como norma general, no acepta los cambios. Todo está bien como está y no hay necesidad de cambiar nada, a pesar de una posible mejora.
6. Falta de empatía
No es auténtico y no siente empatía con quienes trabajan para él o ella. Por lo que le es muy difícil fomentar el potencial de sus subordinados y, en consecuencia, motivar a su propio equipo. Las personas que fingen ser algo que no son o que intentan esconder su verdadera personalidad bajo su rol de jefes resultan falsos y no inspiran confianza.
7. Favoritismos
Suele tener favoritismos por algún empleado, generalmente los conocidos como “pelotas”, y esto suele desmoralizar a los demás, ya que lo más probable es que su actitud sea mejor ante este empleado y peor frente al resto.
8. Habla mal de los trabajadores a sus espaldas
Es tal la inseguridad de algunos líderes que se atreven a criticar a sus empleados a sus espaldas, en lugar de afrontar los problemas con ellos de frente. Con esto pierden toda su autoridad moral para liderar.
9. No sabe delegar
Como es egocéntrico y no confía en su equipo, tampoco sabe delegar. Puede ser por miedo a que sus empleados no lo hagan tan bien como lo haría él mismo, o por miedo a dar protagonismo a los demás.
10. Incumple sus promesas
Incumplir una promesa, a parte de perder credibilidad y confianza, es la manera más efectiva de tirar por la borda la motivación del equipo.
En conclusión, un mal jefe puede conllevar muchas consecuencias, tanto para los empleados (pudiendo llegar a extremos como la baja o la depresión) como para la empresa en conjunto. Hay que tener en cuenta que no todo el mundo puede ocupar puestos en los que tenga que mandar o tenga influencia sobre otros. En cualquier caso, al detectar un mal jefe hay que hablar con él para ver si se puede reconducir la situación o bien cambiando la persona para realizar las funciones de jefe.